Las nuevas aventuras de Ariel y Mulan, o cómo Disney me da dolores de cabeza

Crédito: Dylan Bonner

A menos que se estén saliendo ahorita de la piedra debajo de la cual viven, estoy seguro que se han medio enterado de la polémica que existe por el casting de la versión en vivo de La Sirenita. Creo que hay cosas por las que hay que molestarse mucho más, pero ya vamos a llegar a eso. Primero, vamos con la historia.

En su momento, La Sirenita fue en esencia lo que salvó a Disney. En 1989, la casita del ratón había visto un hilo de fracasos en el cine. Ron Clements, quien había dirigido The Great Mouse Detective para el estudio (sí, sé que no la recuerdan, si yo tampoco la he visto), se interesó en el proyecto luego de leer el cuento original de Hans Christian Andersen, a pesar de que la describió como una historia «muy triste».

(Antes de seguir, en serio, léanse el cuento original, y agradezcan que Disney los ha salvado de múltiples traumas infantiles. ¿La muerte de la mamá de Bambi? No se quejen.)

Clements hizo un boceto de dos páginas sobre una película inspirada en el cuento, y en una reunión se la presentó a Michael Eisner, director ejecutivo de Walt Disney Studios, y Jeffrey Katzenberg, presidente, para proponerles el proyecto. Al principio la rechazaron porque el estudio estaba trabajando en una secuela de Splash, la comedia de 1984 de Tom Hanks y Darryl Hannah (en esencia una versión moderna del cuento). Pero a Katzenberg le pareció tan genial el boceto que le dio luz verde para que empezara la producción, junto con Oliver and Company (¿Cómo? ¿Tampoco la vieron?).

Al poco tiempo, el equipo de producción de La Sirenita encontró unas ilustraciones del artista Kay Nielson y un tratamiento para otra versión del cuento que sería una de las primeras dirigidas por el propio Walt Disney a finales de los años 30. Las diferencias con el cuento original eran las mismas que Clements había hecho para la nueva versión, así que sintieron que podían avanzar. Con todo y eso, se volvió a posponer para que el estudio se concentrara en Oliver y en ¿Quién Engañó A Roger Rabbit?, que se estrenaron ambas en 1988. Después de eso, finalmente, se empezó la producción como tal.

Este fue el primer musical que Disney producía desde La Cenicienta en 1950. El guionista Howard Ashman fue el de la idea, y fue quien transformó al cangrejo Clarence, quien era originalmente un mayordomo inglés, en el cangrejo Sebastián, jamaiquino, y le dio más protagonismo a la bruja Ursula como la villana del cuento (tienes mucha responsabilidad, Melissa McCarthy). Ashman además se asoció con Alan Menken, un compositor de Broadway, para hacer la banda sonora con ritmos caribeños. Todo listo para arrancar. Y vaya un éxito.

El último éxito de taquilla del estudio antes de La Sirenita fue Las Aventuras de Bernardo y Bianca, y eso fue en 1978. Podría contar El Zorro Y El Sabueso, pero esa es más de culto (para mi gran dolor, pues como amo esa película). Había mucha presión, pero por suerte para el estudio, fue un éxito rotundo, recaudando más de 200 millones de dólares en taquilla y ganando dos Oscar a Mejor Canción («Under The Sea») y Mejor Banda Sonora. No sólo eso, sino que La Sirenita abrió el campo a una retahíla de éxitos entre 1991, con La Bella Y La Bestia, y 1999, cuando estrenaron Tarzán. Así que sí, se puede decir que el nuevo período de oro de Disney empezó con la historia de la sirenita que se enamoró.

Así que todo este peo con la nueva versión, se entiende.


Empezando julio, Disney anunció, como enlacé arriba, que Melissa McCarthy estaría en conversaciones para interpretar a la villana Úrsula en la adaptación, aunque no había nada seguro aún. Hubo ciertos comentarios en pro y en contra, más que nada porque, a pesar de su nominación al Oscar de este año por su trabajo en Can You Ever Forgive Me?, la divertida protagonista de Mike & Molly y Spy no ha tenido un verdadero éxito hace rato. Pero eso no es nada en comparación a lo que vino unos días después.

En un comunicado de prensa, Disney anunció que ya había elegido a quién iba a ser la nueva siernita Ariel: Halle Bailey.

Getty Images for DVF Awards

Si son unos viejos carcamanes como yo, se les entiende que el nombre no les suena, y algunos legítimamente creían que se trataba de Halle Berry (quien aprovechó para felicitar a su tocaya). Bailey tiene 19 años y forma parte del dúo de R&B Halle X Chloe, que forma con su hermana Chloe (duh). Son los bastante buenas para ser teloneras de Beyoncé en su gira europea, y este video difundido en Twitter muestra que la chama ciertamente tiene la voz para cantar los clásicos como «Part Of This World».

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Pero claro, como pueden darse cuenta, la niña ciertamente no es una blanca pelirroja. Lo que ha despertado, em… pasiones. (Eso sí, el trabajo del artista Dylan Bonner está en todas partes ahora, incluyendo este blog y ciertamente gracias a Bailey, y bien por él.)

Primero está el ataque de los más racistas, que nunca faltan (no pretendo enlazarlos aquí, pero ya está la etiqueta #NotMyAriel en Twitter). Luego está el de padres preocupados porque «van a causarle un trauma a mi hija, que creció con una Ariel pelirroja» (cita escuchada por mi novia, no inventada). Y luego está el grupo que critica de Disney su corrección política aparentemente forzada.

Los dos primeros ni vale la pena comentar, pues son asquerosos y no pretendo darles cabida. El segundo es mucho más complicado, en mi opinión, y hay que tener cuidado.

Desde 1937, cuando se estrenó Blancanieves, la princesa de Disney es un ícono a la par de Barbie: la elegancia de la mujer, la pureza y su inocencia. Pero no fue sino hasta que 2009 con el estreno de La Princesa Y El Sapo que hubo una princesa afroamericana. Primero vino una de Medio Oriente que una negra. Y hay una sola latina, pero es en televisión. Ese ha sido un problema recurrente en Hollywood, donde el trabajo de artistas que no sean blancos es consistentemente relegado (aún no superamos el #OscarSoWhite). Y siempre que un personaje tradicionalmente blanco es interpretado por un afroamericano (Michael B. Jordan como la Antorcha Humana en Los Cuatro Fantásticos, Idris Elba como el Pistolero en La Torre Oscura) hay un peo, una alharaca; pero como pueden ver en esta lista del Washington Post, cuando es un blanco haciendo de papeles que no son de blancos, nadie dice nada. Así que por un lado, yo seré muy feliz imaginándome a una niñita negra viendo una nueva princesa en pantalla con la que ella se pueda identificar.

(De hecho, mientras escribo esto, me entero que la cantante Lizzo quiere quitarle el papel de Ursula a McCarthy, sin duda inspirada por la elección de Bailey.)

Por el otro lado, no voy a negar que se siente forzado. Una cosa es la inclusión, y otra la inclusión a juro. Disney tiene un largo historial de ser uno de los estudios que menos riesgos toma, sin duda por su fama de ser «la casa de los sueños» (una de las cosas por las que los fans sudamos ahora que Marvel, Lucasfilm y Fox están bajo sus órdenes). Así que esto, más que una idea del director Rob Marshall (Chicago, Into The Woods, El Regreso de Mary Poppins), parece un viejo con el cigarro en la mano diciendo que escojan una actriz negra «para que no digan». Y eso es otro problema, pues pareciera que simplemente los trata cual niños. De hecho, el novio de una compañera de mi pareja, médico de profesión y decididamente afroamericano, no se sintió incluido cuando supo la noticia. «¿Cuál es la necesidad?», fue su pregunta.

Al final, la película sí promete, pues además de estar a las órdenes de Marshall, no sólo usarán las canciones originales de Menken sino nuevas compuestas nada menos que por Lin-Manuel Miranda, quien se acaba de anotar un éxito con Disney con Moana y El Regreso de Mary Poppins. Y la polémica seguirá. Pero quiero ser sincero: mientras veo los pro y los contra de esta nueva sirenita, me molesta mucho más lo que va a pasar con la nueva Mulan.


Vamos a lo primero: ayer Disney estrenó el teaser de su adaptación live-action de Mulan, y no voy a negarlo: esto se ve INCREÍBLE.

Primer teaser de Mulan

Dirigida por Niki Caro (Whale Rider), y con un elenco que incluye a la joven Liu Yifei como Mulan y además leyendas del cine chino como son Donnie Yen y Jet Li, esta sigue la onda de remakes en vivo que Disney está haciendo de sus clásicos animados, como La Cenicienta, La Bella Y La Bestia, Dumbo y pronto El rey León (aunque bueno, «en vivo»…) y se estrena en abril de 2020. Ya parece un simple intento de Disney de seguir ganando real con propiedades viejas, pero es la cantidad de cambios que le han hecho a la versión animada de 1998 que me hace encolerizar.

Hay varios personajes que ya no estarán, como la abuela Fa, el grillito Crick-Kee y, con mayor dolor, el dragoncito Mushu, que fue interpretado magistralmente por Eddie Murphy (su calentamiento para el Burro en Shrek). Los rumores dicen que ahora será una majestuosa ave fénix (o fenghuang) quien guiará a Fa Mulan. Tampoco estarán Yao, Ling y Chien-Po, los tres compañeros de Mulan que traían mucho de la comedia. Y el villano principal no será el líder huno Shan Yu, quien tenía la voz del fallecido Miguel Ferrer; en su lugar, será «un ser mágico sin nacionalidad alguna».

Las razones de todos estos cambios son sencillos: Hollywood jamás ha tenido una relación más sumisa en su historia que la actual con China. Entonces no hay que tener nada que pueda ofender al mayor mercado mundial del cine; estoy seguro que Mulan será una que mostrará a China en todo su esplendor, sin ninguna de sus faltas.

Si creen que exagero, les doy dos ejemplos. La más reciente: Warcraft, la adaptación del popularísimo videojuego dirigida por Duncan Jones, fue considerada un fracaso en taquilla en EEUU, pues no llegó a recaudar 50 millones de dólares de los casi 200 que costó. ¿Ah pero a nivel mundial? Casi 400 millones de dólares. De esos, 213 millones fueron nada más en China. Así que ya se está haciendo una secuela para complacer al público chino.

El otro es aún peor. La versión de 2012 del clásico de culto Red Dawn de 1984, que muestra a adolescentes resistiendo una invasión soviética a EEUU, mostraría una invasión de un general chino rebelde invadiendo, pues ya Rusia no era considerada una amenaza. Pero fue tal el grito en el cielo que China puso, que el equipo demoró el estreno para cambiar digitalmente los chinos a norcoreanos. No los estoy jodiendo. La película igual fue un fracaso en taquilla, pero esa movida fue, en mi opinión, patética.

Todo esto me lleva a una sola conclusión: el cine es arte, pero también es un negocio. Y cuando hay que tomar decisiones de negocio en un mundo artístico, ahí los que más perdemos somos nosotros, los espectadores. Por muy rica que sea su cultura y talentosos sus artistas (yo no lo voy a negar, yo veré Mulan, así sea con un pañuelo en la boca), considero que China no merece la influencia que está teniendo en el mundo por su triste papel de derechos humanos y su política censora. Pero es muy difícil decirle que no a un público que es el equivalente a la tercera parte de la población mundial. Igualmente, los niños afroamericanos merecen tener más y mejor representación en el cine (gracias, Black Panther), pues no tienen que pensar que los blancos creen que sólo son malandros o salvajes, pero tampoco se les puede tratar como a niños que hay que mantenerlos calladitos.

En resumen: coño, Disney, por favor.

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